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La disponibilidad, garantía y acceso al agua es un tema que cada vez cobra mayor importancia en la agenda internacional. Los movimientos sociales, intelectuales y ambientalistas hacen frente a una situación que se perfila para el futuro como causante de conflictos armados y graves consecuencias para las regiones más secas del mundo.
Desde inicios de siglo, se hicieron eco denuncias sobre las segundas intenciones de la existencia de bases militares en Centro y Suramérica por parte de los Estados Unidos. Hace algo más de un mes, diversos medios de prensa imperialistas abogaban por su atribuido derecho a jurisdicción sobre
No olvidemos que en la zona se asienta el Acuífero Guaraní, el tercero de los reservorios subterráneos de agua potable, con un volumen aproximado de 45 mil kilómetros cúbicos, cuya propiedad comparten Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay.
Danielle Miterrand, viuda del expresidente francés Fraçoise Miterrand, especulaba esta semana en España que la guerra de Irak posee como propósito el control de los bíblicos ríos Tigres y Eufrates. La verdad es que, los recursos se militarizan, mientras el negocio del agua va en ascenso alcanzando los 46 mil millones en 2003, tanto, como diversifica mercados.
Las grandes compañías no encuentran resistencia considerable que las aleje de la primera reserva mundial de este líquido, presente en América Latina.
Todo lo contrario, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, junto a gobiernos entreguistas, están facilitando la privatización de los servicios y recursos hídricos, además de su comercialización.
Corporaciones como las francesas Suez y Vivendi y la alemana RWE-Thames, operan desde hace años lo que ha contribuido la aparición de los llamados “cazadores de agua”: empresarios que explotan los recursos y los venden al mejor postor. Escudadas tras subsidiarias internacionales y nacionales, estas compañías limitan el acceso de la población local no solo a las aguas superficiales, sino también al manto freático, en ocasiones contaminado.
Por otra parte, el agua embotellada se ha ido convirtiendo en un fraude bajo la etiqueta de una marca como Coca-Cola y el eslogan de “pura y natural”. La realidad es que la mayoría de ese líquido embotellado es agua común con minerales añadidos en un proceso de bajo costo antes de enfrascarla.
Hace cuatro años en el Reino Unido, Coca-Cola puso a la venta agua potable de Londres bajo la marca Dasani, para venderla por mineral a tres Euros el litro, cientos de veces incrementado su ganancia. Esta misma firma es una de las líderes mundiales en el negocio y se perfila como la principal fuente de ingreso por encima de refrescos, zumos, tés y cafés.
El consumo de estos frascos se ha convertido más que una dependencia, en una práctica que conllevó la compra de 154 mil millones durante el 2004. Para muchos es sinónimo de status, limpieza, modernidad, un modo de vivir “sofisticadamente”. En Europa y otras regiones, bares y restaurantes ofertan amplia variedad de aguas a la carta a la par de vinos. En París, por ejemplo, un Cloud Juice, que contiene 7 mil 800 gotas de agua de Tasmania, cuesta ocho Euros.
Así, el más preciado de los líquidos en la tierra se ha convertido en una mercancía, despojado de su esencia vital para la sobrevivencia humana. Los mismos que en fabricar un automóvil gastan 400 mil litros y consumen varias veces lo que un latinoamericano por día, usurpan y contaminan las reservas acuíferas en los países que no pueden pagar su modelo de vida consumista.
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