jueves, 2 de septiembre de 2010

El “invierno” que nadie abriga


Por Rubicel González
rubicel@ahora.cu
Recuerdo que la primera vez que escuche el término “invierno nuclear” fue en una publicación rusa, Spucnik de la década del 80, que mostraba los efectos posteriores de un intercambio con armas atómicas de intensidad considerable. Estudios más recientes muestran las posibles consecuencias ambientales que pondrían en riesgo la supervivencia humana.
Durante años, la creencia popular consideró como peligro fundamental el impacto directo de las bombas, sin embargo los modelos señalan que quienes sobrevivan a la explosión se enfrentarán a un futuro duro e incierto. Una guerra nuclear masiva, independientemente de la zona donde se efectué, nos vinculará globalmente con sus desenlaces climáticos.
La responsabilidad mayor recae en Estados Unidos y Rusia, pues las dos potencias poseen miles de armas de este tipo con una intensidad de varios miles de megatones, capaces de cambiar la faz de la tierra. Algunos analistas aseguran que un intercambio de 10 mil megatones produciría inmensos incendios cuyas cenizas, humos y gases permanecerían en la estratósfera por varios días.
Lo anterior provocaría el descenso de las temperaturas y de la luz solar en extremo, sobre todo en las zonas más cercanas al grueso de las detonaciones. En sitios con existencia de grandes reservas de energía nuclear, conllevaría a la formación de una nube gigante de polvo radiactivo sobre gran parte de la tierra.
Estos son los primeros efectos que pondrían en marcha un periodo de enfriamiento global con secuelas irreversibles para la flora y la fauna terrestre. La temperatura a escala planetaria bajaría de manera abrupta en días, hasta 50 °C en el caso más severo. En estas condiciones, la fotosíntesis no se realizaría y la casi totalidad de la vegetación moriría en poco, siguiéndole los animales herbívoros.
Así, en unas semanas casi ningún ser vivo que soportara el golpe tendría alimentos. Por otro lado, la radiación ultravioleta castigaría el planeta con la ausencia del 50 por ciento de la capa de ozono producto al oxido de nitrógeno. Este gas se inyectaría a la atmósfera en 3 mil toneladas por cada megatón y alcanzaría alturas de hasta 40 kilómetros.
En el mar desaparecería el fitoplancton y el clima será un caos en zonas costeras producto a las diferencias de temperatura entre mares y continentes. Seremos blanco en horas inmediatas a los golpes nucleares, de lluvia y polvo radioactivo. La agricultura como sustento principal de la nutrición se convertirá en algo impredecible debido a los cambios climáticos y la contaminación.
Tendríamos que enfrentarnos al frío, oscuridad, millones de muertos, contaminación del aire, el agua y los alimentos, no poseer servicios médicos, de gas y electricidad. La vida en la tierra será un caos para la humanidad aparte del impacto psicológico y las huellas radiactivas en la descendencia del hombre por décadas.
Este es el futuro que nadie desea para si y las generaciones venideras, sin embargo en las circunstancias actuales penden de un hilo la paz mundial y la supervivencia del hombre en su planeta. La ambición de poder o el odio racial no pueden imponerse ante la razón y la armonía de los pueblos.

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